Soy de esas personas que se sientan a la ventana del tranvía y se deleitan mirando el resplandor del sol, su reflejo en los cristales de las casas, me gusta imaginar qué se esconderá detrás de las cortinas de cada una de ellas.
Me entusiasma la sensación de que el día puede ofrecerme momentos que lo conviertan en un día especial. Para ello, intento ser receptiva a lo que me rodea, a la luz, a los sonidos, a las escenas que se desarrollan ante mis ojos.
Reconozco que el repentino tic tic de las yemas de los dedos sobre las teclas de cualquier artilugio electrónico interfiriendo en mi apacible contemplación me molesta terriblemente.
No entiendo cómo los demás no disfrutan con lo que la ciudad les ofrece. No entiendo cómo no son capaces de levantar la vista de sus absorbentes mini pantallas y mirar, sencillamente mirar, observar lo que les rodea.
Si me giro hacía el interior del tranvía, veo cabezas inclinadas, dedos bailando ágilmente, rostros ansiosos. Me siento fuera de lugar.
Ann