martes, 31 de diciembre de 2013

Bon vivant

Son para mi memorables algunos momentos transcurridos alrededor de una comida y de un vino, casi siempre relacionados con épocas vacacionales cuando mente y cuerpo son más receptivos a disfrutar del buen vivir, sin padecer de remordimientos.

 
Uno de ellos fue en 2010, en Verona, una ciudad que me sorprendió por su belleza y sus preciosos rincones. Allí descubrí al filo de un paseo, un pequeño local "la Osteria de Sottoriva" que me cautivó al instante y en el que me quedé degustando una ensalada de orzo y un vino blanco de la zona. El ambiente a mi alrededor era deliciosamente embriagador y se prolongó más allá de la comida, por las sinuosas y mágicas calles de esa maravillosa ciudad.
 
Más recientemente, en el barrio de la Malvarrosa de Valencia, visité "El Rincón de Adriana". En esta ocasión, no fue el encanto del local lo que despertó mi interés sino la hora y la ausencia de más oferta. 
Me veo en el deber de agradecer esas circunstancias.
Todo los elementos se dieron cita para que ese momento acabara por ser perfecto: el simpático y atento trato, los suculentos platos, el buen vino, que acompañando un delicioso ciervo a la plancha con ajos tiernos, especialidad de la casa, no se quedó en un par de copas...
Esa confluencia de elementos dio lugar, una vez más, a uno de esos momentos inolvidables, que, espero se sigan repitiendo jugando con el azar, factor importante en el arte de viajar.
Ann





miércoles, 18 de diciembre de 2013

Abstenerse almas sensibles

Existen ciertas creencias que, aunque encantadoras, son imposibles de aceptar. Necesitan de gran voluntad y de mucha fe para tomarlas por verídicas.
 
Los niños, sin embargo, hacen prueba de dicha voluntad y fe.
Estos pequeños seres viven en un mundo en el que lo imaginario forma parte de su cotidianidad.
 

Dragones, monstruos y princesas, por citar algunos de los seres que habitan sus mentes, son tan reales como las personas que los rodean, así que ¿por qué no creer en Papa Noël, en el Ratoncito Pérez o en ese conejo de Pascua que va escondiendo huevos de chocolate por doquier? alegrando a las mamas cuando encuentran alguno sin ser sorprendidas en tan innoble pero bienvenido gesto...
 
No es acaso cruel iniciar a los niños a la mentira, a pensar que la vida es más emocionante de lo que realmente es para cualquiera que lleve una existencia anodina como la mayoría de nosotros.
Pero, por otra parte, ¿por qué no darles una parcela de fantasía que les transporte a un universo mejor?
 
Difícil decisión.
 

Esas tradiciones que se transmiten de generación en generación con más o menos intensidad según los gustos y medios, persisten con la intención de adornar el día a día de las criaturas.
Eso conlleva a una cierta inquietud, un casi constante desasosiego por si el engaño va a ser desvelado por alguna imprudencia cometida al hablar, por un descuido verbal. No es nada sencillo vivir fingiendo.

Y ¿cómo se sienten los niños cuando acaban descubriendo que su entorno más intimo les ha mentido durante años?
¿No se desgastará la confianza que más adelante los padres les exigen?
Ann