Existen ciertas creencias que, aunque encantadoras, son imposibles de aceptar. Necesitan de gran voluntad y de mucha fe para tomarlas por verídicas.
Los niños, sin embargo, hacen prueba de dicha voluntad y fe.
Estos pequeños seres viven en un mundo en el que lo imaginario forma parte de su cotidianidad.
Dragones, monstruos y princesas, por citar algunos de los seres que habitan sus mentes, son tan reales como las personas que los rodean, así que ¿por qué no creer en Papa Noël, en el Ratoncito Pérez o en ese conejo de Pascua que va escondiendo huevos de chocolate por doquier? alegrando a las mamas cuando encuentran alguno sin ser sorprendidas en tan innoble pero bienvenido gesto...
No es acaso cruel iniciar a los niños a la mentira, a pensar que la vida es más emocionante de lo que realmente es para cualquiera que lleve una existencia anodina como la mayoría de nosotros.
Pero, por otra parte, ¿por qué no darles una parcela de fantasía que les transporte a un universo mejor?
Difícil decisión.
Esas tradiciones que se transmiten de generación en generación con más o menos intensidad según los gustos y medios, persisten con la intención de adornar el día a día de las criaturas.
Eso conlleva a una cierta inquietud, un casi constante desasosiego por si el engaño va a ser desvelado por alguna imprudencia cometida al hablar, por un descuido verbal. No es nada sencillo vivir fingiendo.
Y ¿cómo se sienten los niños cuando acaban descubriendo que su entorno más intimo les ha mentido durante años?
Y ¿cómo se sienten los niños cuando acaban descubriendo que su entorno más intimo les ha mentido durante años?
¿No se desgastará la confianza que más adelante los padres les exigen?
Ann
A mi me gusta el "Espiritu Navideño", la gente se olvida por unos momentos de sus problemas y comparte felicidad con los niños.
ResponderEliminarCada uno creo en lo que puede, unos creen en Santa Claus y otros en Dios. Dejar que los niños tengan sueños es lo más, bastante tendrán que aguantar de mayores...digo yo ?!
jope
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