martes, 18 de febrero de 2014

El país de las maravillas

Ha abierto una librería infantil en el barrio, a la que me gusta acudir la tarde que no está repleta de actividades, esa tarde en la que no existe obligación de luchar contra las agujas que marcan el tiempo.
  
Dejo que mi acompañante elija el libro que esa tarde adquiriremos después de ojear la oferta instalada en los estantes.


Tomo un té que selecciono entre los muchos que figuran en la carta confeccionada con cariño. Él opta por un trozo de tarta casera o por un cookie.



El suave aroma a azahar que flota en el aire, la delicada decoración y las portadas de vivos colores que habitan el lugar, convierten ese rato en un momento de intenso placer y satisfacción.

Aprovechamos para adelantar tareas escolares, para disfrutar de nuestros hobbies de lectura y redacción, para pensar, para palpar el infinito amor que, por mi parte, siento por la persona sentada frente a mí, él por la suya, inmerso en las hipnóticas aventuras narradas en el papel.

Gracias por merodear por nuestras calles, Gato, espero que te quedes mucho tiempo.
Ann