Son para mi memorables algunos momentos transcurridos alrededor de una comida y de un vino, casi siempre relacionados con épocas vacacionales cuando mente y cuerpo son más receptivos a disfrutar del buen vivir, sin padecer de remordimientos.
Uno de ellos fue en 2010, en Verona, una ciudad que me sorprendió por su belleza y sus preciosos rincones. Allí descubrí al filo de un paseo, un pequeño local "la Osteria de Sottoriva" que me cautivó al instante y en el que me quedé degustando una ensalada de orzo y un vino blanco de la zona. El ambiente a mi alrededor era deliciosamente embriagador y se prolongó más allá de la comida, por las sinuosas y mágicas calles de esa maravillosa ciudad.
Más recientemente, en el barrio de la Malvarrosa de Valencia, visité "El Rincón de Adriana". En esta ocasión, no fue el encanto del local lo que despertó mi interés sino la hora y la ausencia de más oferta.
Me veo en el deber de agradecer esas circunstancias.
Todo los elementos se dieron cita para que ese momento acabara por ser perfecto: el simpático y atento trato, los suculentos platos, el buen vino, que acompañando un delicioso ciervo a la plancha con ajos tiernos, especialidad de la casa, no se quedó en un par de copas...
Esa confluencia de elementos dio lugar, una vez más, a uno de esos momentos inolvidables, que, espero se sigan repitiendo jugando con el azar, factor importante en el arte de viajar.
Ann