Dicen que algunos actos o circunstancias vividas en la infancia influyen de por vida en nuestra manera de ser.
De niña, me tocó dormir en una cama turca, en habitación compartida con mi hermano, durante mis primeros 10 años, para más tarde, pasar a hacerlo en un sofá-cama individual, en un rincón del salón, a lo largo de otros tantos interminables años.
Me acomodé, muy a mi pesar, a todo tipo de situaciones, algunas de ellas inapropiadas debido a los horarios o a la actividad que allí se realizaba. ¡No temáis!, estoy hablando de visitas familiares o amistosas en momentos en los que, quizás, por edad, debería haber estado ya en los brazos de Morfeo, o de la visión de odiosos partidos de fútbol en la televisión y demás programas que no eran de mi interés.
Olvidados los ecos de épocas pasadas, observo con cierto estupor que siempre soy la que sigue durmiendo en ese tipo de camas: en casa cuando el peque se despierta en mitad de la noche, todas las noches y acudo a su llamada y velo por su sueño desde la cama nido; en los hoteles, cuando alguien tiene que quedarse en la cama pequeña, la de al lado del radiador o la de debajo de la ventana.
Enfin, que seré para siempre la chica de la supletoria.
Ann
Foto: Alex Esteban
Jajaja!
ResponderEliminarJajaja!
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