Aprovechando unas festividades religiosas, y por lo tanto huyendo de las mismas, me acerqué a Teruel.
Confesaré que, inicialmente, no sentía especial inclinación por el destino elegido.
Había visitado la ciudad en mi infancia y no guardaba ningun recuerdo excepto la sensación de quedarme sin aire ante la visión estremecedora de dos cuerpos momificados.
En esta ocasión, no repetí esa desafortunada experiencia.
Así que dejé a un lado las leyendas amorosas de carácter tenebroso y admiré las que dejaron magníficas joyas en forma de esbeltas torres mudéjares que otorgan un aspecto señorial y singular a ese pequeña pero magnífica ciudad.
Pasear por Teruel fue ameno y delicioso.
Descubrir algunas de las villas del Javalambre fue tranquilizador y reconfortante.
La solidez de sus muros me hicieron alejarme de lo cotidiano.
La sencillez me hizo olvidar lo superfluo.
Ann
Teruel existe, ya lo creo...¡que jamón, que edificios, que torres,...!
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